El monacato es la institución de vida contemplativa en
la que hombres y mujeres buscan la santidad, sujetos a una regla común que
predica la pobreza, la castidad y la obediencia debida al superior religioso.
Apareció por vez primera en Oriente, tomando gran
fuerza en Egipto en el siglo IV, donde desarrolló sus dos grandes tendencias:
la anacoreta y la cenobítica.
La constitución de la regla de san Basilio Magno (360)
sirvió para unificar en gran medida el cenobitismo en toda la cristiandad
oriental, que en tiempos de Teodosio experimentaría una enorme expansión.
En Occidente el movimiento monástico fue algo más
tardío, aunque las causas del mismo serían en gran parte iguales a las del
oriental. Sin duda el gran impulsor del monaquismo oriental en las Galias sería
Martín de Tours, pero sin duda el
movimiento monástico de mayor trascendencia para el futuro sería el iniciado
por Benito de Nursia, con la
fundación hacia el 520 del cenobio de Montecassino, tras haber pasado por una
propia experiencia anacorética.
Se consideraba a cada monasterio como una comunidad
independiente bajo la autoridad de un abad. Rasgo característico de la regla
benedictina fue la alternancia y mezcla de la labor contemplativa o intelectual
con la actividad manual, sobre todo el trabajo en los campos dependientes del
monasterio.
De este modo los monasterios benedictinos se
convirtieron en importantes centros productivos, en los que se practicaba una
agricultura más racional y rentable que en la generalidad de los dominios
laicos. Además, los monasterios benedictinos se convirtieron pronto en centros
de irradiación cultural y religiosa.
Para la evangelización de Europa occidental, la
Iglesia tuvo a su favor una nueva institución surgida a principios del siglo
iv: el monacato; con él hombres y mujeres buscaban la santidad mediante la vida
en común, la pobreza, la castidad y la obediencia debida al superior religioso.
Desde los monasterios, los monjes realizaron una gran
tarea de evangelización, tanto en los pueblos del entorno como en países
lejanos. Los benedictinos evangelizaron Britania -misión encomendada por el
Papa a san Agustín de Canterbury (596)- y Germanía -labor especialmente de san
Bonifacio (680-754)- mientras que los monjes irlandeses catequizaron Escocia,
Suiza y Lombardía.
Los monasterios fundados por los hijos espirituales de
Benito de Nursia y de otros santos jugaron un papel excepcional en la
salvaguarda de la cultura clásica y de la moral cristiana. Sus monjes
dedicaban gran parte del tiempo al estudio de las lenguas latina y griega,
conservando las obras de los Padres de la Iglesia junto a la de escritores de
la Antigüedad clásica. Copiaron y conservaron miles de pergaminos, tesoros de
la fe y de la cultura. Además fueron centros de vida ascética y de propagación
de los modelos morales cristianos en unas sociedades recién convertidas.
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